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SIN PÁJAROS




“¿Es cierto que los pájaros escogen su muerte?

¿Que su libertad radica en esa astucia?


Claudia Hernández de Valle-Arizpe



Las olas del mar escoltan mis pies descalzos. Hay delante de mis ojos un horizonte que se extiende, puedo observar cómo cada ola comienza, crece en tamaño y fuerza para después alcanzar plenitud al cubrir mi suelo, mi piel. Me encuentro bajo un cielo sin pájaros y solo espero el desenlace que partirá de tu cuerpo frío, mientras que lo único que ilumina esta noche es Orión en el cielo...


Entré a tu casa. Grité tu nombre. Éste resonó como eco en las paredes húmedas de madera; sin embargo, no obtuve respuesta. La casa estaba en silencio, lo único que percibía era cómo cada paso que daba profundizaba en mis oídos y el palpitar de mi corazón que golpeaba mi pecho emocionado por tu encuentro.


—Debe estar dormido— pensé. Así que entré en tu recámara.

Los rayos del sol entraban por la ventana abierta. Miré hacia el suelo y pude ver un pájaro muerto cerca de tu cuerpo que se encontraba tendido debajo de ése cegador brillo. Tenías las rodillas dobladas como un vagabundo hambriento. Movías los labios con dificultad. Querías decir algo; sin embargo, no hablabas con tu voz ordinaria, ésta era débil. Tu piel tenía el color de un rojo atardecer, la sangre lo había irrigado con su jugo. Me puse cómoda para disponer a escuchar lo que con esfuerzos tenías que decir por última vez. Tomé tu rostro, lo acaricié con suavidad, te miré con la mirada más tierna y dulce que jamás he entregado.

—¿Cuántas veces morimos?— preguntaste.

Tus ojos se quedaron perplejos. Habías muerto desangrado en mis brazos. Encontré mi vida vacía y lamenté cada instante no dicho. Me hallé cubierta de tu sangre, no podía desprenderme de ti.

Ni tú, ni yo, ante una situación semejante pudimos escupir un leve gesto de amor, a pesar de que mi corazón latía brutal, impactado por ti cada día. Nuestras almas estaban tan juntas que se encontraban separadas. Nos queríamos, pero siempre hubo un impulso invisible que me impedía acercarme a ti. Yo desmoronaba esa barrera que junto con mi vida se desintegraba cada noche que no pasaba a tu lado, pero ahí estabas siempre tú, levantabas cada dique, reconstruías la miseria.

En realidad, nunca respondí tu pregunta, no sé cuántas veces morimos, pero estoy segura de que después de eso seremos luces, fuentes incorpóreas que en eterno movimiento amarán.


Había estado despierta toda la noche. Me acosté en el sofá para dormir un poco.

Soñé con aves que volaban sobre nosotros en un lago profundo de color rosa. Tú al ver el hermoso paisaje corrías a él y nadabas en su belleza; yo tenía miedo. En la orilla, con los pies descalzos te contemplé. Ahora que lo pienso las cosas serían distintas. En realidad, yo hubiera sido quien adentro del lago se habría ahogado, desnuda, sin nada que ocultar, con las entrañas fuera habría teñido el agua con mi sangre. Tú, con miedo, me hubieras mirado enterrando un cuchillo en tus entrañas, me habrías mostrado tu interior, pero hubieras muerto solo a la orilla del mar.


A la mañana siguiente brotó en el aire un lamento, la corriente sacudía la habitación. Entonces, regresó la luz. Estábamos ahí los dos. Tus restos emanaban un olor desagradable, pero no me atrevía a dejarte.  Te quería con doloroso apego. Comprendí entonces que tenía que buscarte y decirte todo lo que no había dicho, en cualquier dimensión, o en cualquier mundo. La extraordinaria perfección de tu cuerpo podrido, la rareza del aura que te envolvía, todo me lo susurraba en el oído. Lo que sentía por ti era un sello infalible.

Lo más curioso es el estado en el que se encontraba tu cadáver para que yo haya llegado a esta conclusión. Tus ojos no podían cerrarse, por lo que parecía que me mirabas fijamente. De vez en cuando, para distraerme de ti miraba por la ventana y divisaba las olas del mar.


Hacía mucho frío afuera. Sobre el océano se desplegaba la neblina gris que envolvería nuestras vidas. Esta bruma parecía suspendida por todas las fuerzas físicas del universo y a la vez parecía romper todas ellas. Me abordó una oleada de repentino pavor. Temblaba, sentía la sangre correr por mis venas. Era sofocante. Verte me hacía sentir una angustia que consumía cada parte de mí, así que espere a que nuevamente llegara la noche.


He salido, no hay nadie deambulando por la playa.

Las olas del mar escoltan mis pies descalzos. Hay delante de mis ojos un horizonte que se extiende, puedo observar cómo cada ola comienza, crece en tamaño y fuerza para después alcanzar plenitud al cubrir mi suelo, mi piel. Me encuentro bajo un cielo sin pájaros y solo espero el desenlace que partirá de tu cuerpo frío, mientras que lo único que ilumina esta noche es Orión en el cielo prometiéndome la dicha de una mejor vida junto al hombre que quema mi corazón desnudo, tú, tú a quien ahora arrastro con una cuerda por la playa. Muerto ya hace días, aniquilado por las emociones a las que no les permitiste vivir.

Toda esta situación hace que mi mente deambule por un estado desmesurado en el que cuestiono mi propia existencia, de frente encuentro la belleza de un paisaje hermoso y  detrás el peso de la muerte. Sólo sé que todo aquello que no permitiste sentir, lo hallarás algún día, conmigo o sin mí, qué más da. También sé que todo esto que hoy siento por ti, se direccionará a un mejor camino.


Ni tú, ni yo camináremos más sobre la tierra. Transcurrirán los ciclos del tiempo y yo iré a encontrarte. Desde la primera mirada que me dieron tus ojos rasgados supe que vendrías a romper las construcciones que yo ya había formado y sabía que te invitaría a conocer el ausente sueño en el que floto y que nadie más conoce. Tú también te abriste a mí, me mostraste el humo cristalino que guarda tus historias y aprendí a quererlo.


En el momento en que las olas lleguen a su declinación, comenzaré a experimentar mi propia muerte. Serán estas ondas aquellas que cierren nuestro ciclo y le den fin a todas estas emociones que hoy agitan la noche.


Con la cuerda con la que te arrastro, amarro mi propio cuello. Entonces, jalo tu cuerpo infecto a la orilla del mar. Tan sólo espero a que las olas nos arrastren, espero ahogarme entre los universos de las palabras que nunca dije, espero que el agua se adentre en mis pulmones, espero que me acompañen flores heridas en el camino profundo que miro e imagino.


Tiemblo. Resbalan por mi boca las lágrimas de la aceptación. El corazón se me cubre de escamas. Toda la nostalgia que no me permitió estar a tu lado brilla a partir de mí, se parte y se extravía en la inmensidad. No pude despedirme de ti con una palabra. Pero aquí estoy, entregando mi vida al mar.

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